lunes, 16 de marzo de 2015

Fieras

Cuando sonríes, me llenas las manos de letras que no recordaba que tenía. Y entonces, deseo llenarte de besos la misma boca con la que me cuentas tus batallitas del día a día, que si Zeus por ahí, que si has pillado a un gilipollas haciéndote la radiografía, que si quedaste con tus amigas antes o que si sólo tenías ganas de verme... pero solo te miro, intentando que mis ojos te digan que...
quiero pararlo todo mientras me acerco a ti y el mundo se vuelve cada vez más y más pequeño.
Te acercas a mi pecho y siento el corazón fuera de control: le haces latir tan rápido, tan fuerte que es como si fuera a estallar cuando tus labios me rozan. Quiero pararlo todo, joder; menos mis manos sobre tu cuerpo, salvo tus labios mordiendo los míos, excepto tu respiración en mi cuello, todo menos eso que nos convierte en fieras si nos tocamos.  
Son las dos y media de la mañana besando tu ombligo, rozando tu piel y en la calle hace frío, pero tienes tus uñas en mi espalda y siento como enciendes mis ganas de quemarme con tu cuerpo si hace falta. Quiero dejar un rastro de ropa hasta tu cama, por si tengo que huir, dejarte las huellas de que estoy en busca del tesoro y no pienso compartir lo que esconden tus piernas. Quiero perderme en el azul de tus ojos para que tengas que venir a buscarme, pero me muerdes y te ríes... 
Joder, ¿cómo lo haces? ¿cómo puedes ser apacible y feroz al mismo tiempo...? Te beso, como si solo yo supiera despertar al lobo, pero te conviertes en Caperucita... «echa el freno, sé que lo necesitas»... y me besas con los ojos abiertos, como si solo tú pudieras ver en ese momento todas las ruinas del incendio, calmándome. O asustándome, ya no lo sé. Sólo sé que me gustan tus labios con sabor a verano, a sol y arena...
Y en ese instante, me doy cuenta de que todo lleva tu nombre y tú me llevas a mí, sin prisa.

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