sábado, 27 de febrero de 2016

Ya no

Recuerdo la última vez que le dije a alguien que no volvería a escribir. La verdad, no fue hace mucho; pero ya ves, querido lector, aquí estoy, tratando de que mis palabras no suenen demasiado patéticas.
Me parece que fue ayer cuando empecé a escribir para alguien y dejé de escribir por algo. Supongo que en ese momento no me di cuenta de lo caótico que era enamorarse de la persona de tu vida. Es una locura, lo sé; apenas asomo los 23, y me siento como si tuviera casi 50. Supongamos que hay historias de (des)amor que te envejecen el corazón por lustros,
y esta no iba a ser diferente a todas esas historias que deseas que no terminen, incluso aunque te destroce por dentro.
Me he dado cuenta en este tiempo que en estas historias hay dos tipos de personas: las que huyen y las que se quedan. He de decir que debo de ser de las segundas, porque ella no ha dejado de huir de todo esto desde hace un tiempo a ahora. A veces me pregunto si aún piensa en mí, incluso aunque haya borrado toda huella de que en algún momento pasé por su vida. Yo no dejo de recordar constantemente sus palabras diciéndome que aunque la odiase con toda mi alma, la seguiría queriendo.
Tiene gracia, uno nunca sabe cuándo se termina una de esas historias, hasta que te ves a solas mirando la foto de la chica con una cerveza rozándote los labios. Y entonces solo piensas en todas las canciones que hablan de ese montón de sentimientos hechos cartas que jamás leyó porque, claro, como dijo Henry Miller, "si amas a una mujer, conviértela en literatura", pero solo fuiste esa pieza egoísta en su vida que nunca dejó de levantar muros a su alrededor. Lo más gracioso del tema es que cuando miras desde detrás del muro, ella ya se ha ido. Y aquí sigues, con la cerveza y su foto. Y aquí sigues, después de la guerra, asumiendo la derrota; y aquí sigues, llenando páginas de tu vida con el recuerdo de sus ojos; y aquí sigues, pidiendo otra cerveza mientras que ella debe estar pidiendo que se acabe el día; y aquí sigo, hablando de lo mismo, sobre la misma
¿No es divertido? Somos capaces de amar a un número determinado de personas, y resulta que tendremos la arrogancia de borrar de nuestra memoria a algunas de ellas para aumentar ese número y sin embargo, existe una sola persona a la que jamás podremos borrar de esa lista. Es divertido que yo haya sido la persona que ella haya borrado de la suya y ella sea la que yo no borre de la mía. Supongo que es lo que, desde su punto de vista, me merecía. 
Debo decir, querido lector, que he deseado que seas Ella desde el principio. Solo porque me leyese otra vez. Lo siento por haber fallado en el cometido de no sonar demasiado patética, pero aquí se acaba: ya no me siento culpable por todas las veces que me pidió que volviese a su lado y nunca respondí como ella quiso. Ya no me siento el segundo o el tercer plato de nadie, ni el felpudo, ni sólo un paño de lágrimas. Ya no soy más su lugar seguro, ni quién le contará cuentos a las cinco de la mañana. Ya no soy quien se queda esperando, incluso aunque no deje de quererla, ya no me siento entre la línea del puede ser y lo real, ni el futuro con el que se despierte al lado dentro de un par de años. Ya no me siento sólo la gilipollas detrás de sus muros que la vio irse, ni su intento fallido de querer a alguien, ya no siento que ella será mía. Mentiría si te dijese, amigo lector, que nunca fuimos. Pero sinceramente, ya no. 

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